La extraordinaria historia de los Monjes Piripis empieza hace un poco más de 1.200 años, en el 807, cuando un grupo de monjes cistercienses terminan la construcción de un monasterio a orillas del Noguera Pallaresa, un poderoso y prístino río que corre a través del corazón de los Pirineos.
Su abadía pronto empezó a ser conocida como la aldea de Gerri de la Sal, denominada así al acudir los monjes a los lechos naturales de sal que había al otro lado del río a recoger los puros granos de sal producidos por la evaporación solar y vender su ‘oro blanco’ a lo largo de las antiguas regiones de Europa. Hoy en día esta sal está considerada por muchos de los mejores chefs de Europa como una de las más puras, saludables y sabrosas del continente, que sigue siendo recogida a mano como hacían los monjes medievales hace doce siglos.
A finales del S. XI la comunidad estaba formada por un abad y unos 50 monjes, junto con otros 200 hermanos legos que vivían en granjas en los alrededores para abastecer al complejo monacal que por aquel entonces había ampliado sus dominios hasta incluir unas 20 parroquias de la zona. Reconocida en el sur de Europa por su diligencia y laboriosidad, esta rama de los benedictinos está considerada por muchos historiadores como la fuente de los emprendedores más cultos de la Edad Media, que posteriormente darían lugar al Renacimiento.
Los monjes de Gerri no fueron una excepción, y sus fuertes atributos de iniciativa individual y austeridad casaron perfectamente con la capacidad de su comunidad de proveer de productos y servicios al mercado. Sus esfuerzos se vieron reforzados por el microclima mediterráneo que goza la zona en la que se ubica el monasterio, y la combinación de estos elementos llevó a un período de ininterrumpida estabilidad y prosperidad. Los alimentos que producían tanto para consumo propio como para su ventar en el mercado junto con su preciada sal e incluían una amplia variedad de productos agrícolas como ganado vacuno, ovejas, cerdos y, por supuesto, vino y cava provenientes de viñedos que se extendían por toda la diócesis.
Durante este período, sin embargo, los árabes, tras conquistar en 711 la ciudad de Cádiz en el extremo sur de la Península Ibérica, continuaron su avance hacia el norte. Es por eso que con el objetivo de autoprotegerse ellos mismos y sus tierras, los cistercienses construyeron una atalaya o torre de vigilancia en el valle de Ancs junto al río.
La torre se terminó de construir en el 1007, y al ser una estructura de piedra alta y robusta con cimientos de casi dos metros de espesor, este punto de observación avanzada, localizado en el valle a unos seis kilómetros del monasterio, servía tanto de alerta temprana como de protección ante la posible llegada de saqueadores. La torre estuvo ocupada por miembros de la orden benedictina los siguientes ochocientos años, pero tras el cierre del monasterio en 1835 rápidamente cayó en estado de ruina. Cuando fue redescubierta en 1999 había perdido su techo, y dentro de sus derruidos muros crecían robles que habían alcanzado alturas de unos veinte metros.
Hoy, sin embargo, la torre se encuentra completamente restaurada habiendo recuperado su altura original, y sirve como cuartel general del Viñero de los Monjes Piripis.
Continuando con la tradición emprendedora de aquellos primeros monjes cistercienses, grandes vinos provenientes de todas las regiones de España son seleccionados en un proceso “lean and green” (eficiente y respetuoso con el medio ambiente) para su posterior distribución por todo el mundo.
Completamente restaurado hoy después de derrumbarse casi totalmente en 1999.